sábado, 5 de noviembre de 2011

Paíto


Orlando Guevara Núñez

Hoy, en el mundo, pululan las formas filosóficas para calificar la esencia del sistema social capitalista, tratando de adornarlo para vendérselo como bueno a los millones de personas que lo sufren. Tengo muchos ejemplos para describir aquel cruel sistema, tal como lo viví en Cuba. Y uno de los casos más representativos es el de

                        Paíto    

Hoy Paíto es un hombre hecho y derecho. Pero por poco no llega a serlo. La distrofia estuvo a punto de terminar con su existencia. En realidad, más que un niño, parecía un cadáver, una cosa que se movía y lloraba. Y eran muy pocos los que confiaban en que la famélica  criatura se salvara.
Recuerdo que para esa fecha el único radio -de batería, al no existir corriente eléctrica en el barrio- radicaba en mi casa. Los otros llegaron después. Era un RCA Víctor, alimentado por una pilas grandes -marca Eveready-, a través del cual casi todo el barrio escuchaba la pelota, las novelas y aventuras, noticias, música mexicana y un espacio muy popular, tan popular como engañoso: Clavelito.
Este hombre era acogido por muchos como un Dios. Y la gente le pedía consejos que él ofrecía a través de ese espacio, si mal no recuerdo, en forma cantada. Su poder radicaba, según se decía, en su fuerza de pensamiento. Algo más o menos sugería el tema musical del programa: Pon tu pensamiento en mi / verás que en ese momento/ mi fuerza de pensamiento/ ejerce el bien sobre ti.
 Y con cada programa crecía la popularidad de Clavelito. Llegó a ser tan grande la forma en que la gente concentraba su pensamiento en este personaje, que muchos aseguraban verlo en un vaso de agua, en la puerta de un armario, en un espejo y hasta en el aire.
 ¿Que por qué relaciono a Paíto y al viejo radio con este pasaje? El problema consiste en que todos los días, antes de comenzar el programa, allí estaba la madre, con Paíto cargado, para poner las manos del niño sobre el radio mientras durara el espacio “divino” Y recuerdo también que entre las manos de los enfermos y los vasos de agua, quedaba cubierto todo el mueble del RCA Víctor. Ambas cosas, según la creencia, servían para curarlo todo. Si  el enfermo no mejoraba, no disminuía la fe en Clavelito, pues se buscaban justificaciones de que “algo se había hecho distinto a como debía hacerse”.
 Paíto figuró entre quienes no tuvieron mejoría con los remedios del médico- poeta - adivinador - espiritista. Porque el hambre y la desnutrición no podían ser curadas con un vaso de agua, ni con sólo la fe y el acto de situar la mano sobre un radio en el horario de un programa. Recuerdo que muchos creyentes pedían con devoción, esperanza y desespero: “Con dinero, con salud y con amor, ilumíname la suerte, Clavelito”. Se decía que eran esas las tres cosas necesarias para vivir bien. Siendo así, Paíto sólo contaba con un tercio de lo imprescindible: el amor de sus familiares y vecinos. La suerte para el infeliz muchacho y muchos como él, fue que por esa época triunfó la Revolución. El pensamiento y la obra  revolucionarios lo salvaron. Puede decirse que se lo arrebataron a la muerte.
Ahora los hijos de Paíto viven en otro tipo de sociedad. Y seguramente, si conocen esta historia, podrán establecer con más claridad las abismales diferencias del capitalismo donde nació su padre y el socialismo donde nacieron ellos. Para eso no haría falta ninguna charla política, sino mirar a su alrededor y recordando el vaso de agua y la mano de un niño distrófico puesta sobre un radio, observar los consultorios médicos, policlínicos, hospitales y la medicina gratuita, la atención a la niñez y el nivel de alimentación que garantiza la existencia de niños diferentes a Paíto.
 Y después de ese recuerdo y esa reflexión, las conclusiones no podrían ser otras: que las desventuras de Paíto y las curas milagrosas alentadas por un injusto sistema social, forman parte también de un pasado que a nuestra tierra no podrá jamás volver.

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